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Páguenle con su misma moneda,
y aun denle el doble de su merecido:
en la copa de sus desenfrenos
viertan doble amargura.
Cuanto se procuró de lujos y placeres,
denle de tormentos y desdichas.
Vean cómo alardea en su interior:
“Ocupo un trono de reina;
no soy viuda y jamás conoceré el dolor.”
Pero en un solo día vendrán sobre ella
las calamidades que tiene merecidas
—muerte, luto y hambre—
y quedará abrasada por el fuego.
Poderoso es para ello el Señor Dios que la condenó.

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